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Le Vendió su Alma al Diablo I

No aguantaba más. Lo había probado todo, y a pesar de eso estaba arruinado. Limpias, rezos, coaching de vida, y hasta libros de autoayuda habían desfilado por su vida en el último mes sin resultado alguno. Solo le faltaba una última cosa, algo que solo el fruto de su agónica desesperación lo llevo a intentar: decidió vender su alma al Diablo.

Al parecer, el proceso era un tanto complejo. Llego puntual a su cita con la Santera en uno de esos edificios abandonados del centro histórico, de los que emanan misterio y antiguedad. Repasó por última vez la lista de ingredientes, objetos extraños y frases memorizadas que le habían requerido. –Ajo, ojo de buey, alacrán vivo, huevo duro, tapete persa, candelabro, velas negras, vidibidi kedabra vidibidi consecro sum– repasaba en su mente mientras esperaba que le abrieran el portón de madera. El silencio de la tétrica calle se vio interrumpido por el agudo chirrido de aquella antiquísima puerta, que se abría lentamente. – ¡Pasa, pasa! Que no tenemos mucho tiempo- le gritó la Santera. Minutos después se encontró sentado en medio de una sala tenuemente iluminada por las velas negras que había comprado en Wal-Mart antes de llegar.

¿Estás seguro de que lo quieres hacer? ¡No hay vuelta atrás una vez que le vendes tu alma al Diablo! Ningún conjuro ni pacto lo podrá revertir, ¡Ninguno! – le advirtió por última vez aquella mujer de rastas negras y ojos menudos. Qué equivocados estaban…

Mientras esto sucedía en la siniestra noche de alguna casona abandonada de la colonia Guerrero, a unas cuadras desde la residencia oficial de Los Pinos –perdón querido lector, ahí ya no vive el presidente– del muy humilde, austero y cercano al pueblo Palacio Nacional- otrora llamado el Palacio Virreinal-, el Muy Noble Honorable Alteza Serenísima Señor Ciudadano Presidente de los Estados Unidos Mexicanos discutía con su más próximo asesor el contenido del artículo 27 de la Constitución. – ¡Claro, señor Presidente! La propiedad de TODO le pertenece originariamente a la nación- espetó su humilde siervo, perdón, asesor. –O sea, lo que me estás diciendo Jenaro es que ¿no hay nada que no pueda expropiar? ¿Puedo reclamar la propiedad de cualquier cosa? – replicó sorprendido el Dirigente Máximo Rey Tlatoani (también conocido como Lic. Presidente, pero nadie jamás osaba llamarlo de tan baja manera). –Así es, su alteza, solo basta que usted lo diga para que se haga realidad– le contestó el Lic. Jenaro Góngora desde sus no tantos 1.62 metros de altura. – No se diga más. ¡Emítase el día de mañana un decreto expropiatorio sobre TODAS y cada una de las almas existentes y por existir, que es necesario que la revolucionaria nación mexicana recupere la soberanía sobre tan valioso recurso del que las potencias extranjeras se han querido apoderar! – gritó exaltado el autoproclamado Prócer de la Patria.

 

Esta historia continuará…

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